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Poesía y Macarrones

FIN DE SEMANA AL DENTE

FIN DE SEMANA AL DENTE Viernes... no veo la hora de que lleguen las seis o así, decir ahí os quedáis y largarme de aquí. Por delante de mí, el largo fin de semana sin GPS, ni camiones, ni órdenes de carga, ni escoceses cabreados al teléfono (por lo menos no al fijo, y espero que no al móvil del trabajo, crucemos los dedos).

Y ustedes se preguntarán: ¿cómo pasa sus fines de semana un poeta?, y yo les agradezco que me llamen poeta en sus preguntas retóricas, porque en realidad sigo en el estadio de aprendiz de poeta, y les adelanto la respuesta: tengo que -mañana- sacar todos mis libros de mi antigua casa y traerlos a la nueva. Eso por la mañana. Después iré (muy previsiblemente) a comer a casa de mis suegros. A continuación posible siesta, y tareas domésticas: limpieza integral de cuarto de baño y cocina (polvo, superficies y suelos), puesta de lavadora con consiguiente secadora, doblado y guardado (jamás planchado) de ropa. A esa altura de las ocho de la tarde preveo negociación con mi Charo: qué vamos a hacer esta noche. Ella votará por quedarnos en casa y yo por irnos a recorrer los bares de Murcia hasta cerrarlos todos, emborracharnos, drogarnos y fumarnos todo lo combustible, perder el sentido en algún after y despertar en el suelo, el domingo a la hora de comer, sin saber dónde ni cuándo, cómo ni por qué. Total, que nos quedaremos en casa. Iremos al Mercadona, cocinaremos algo rico para cenar, alquilaremos una peli que no veré porque me quedaré frito... Y luego el domingo, pereza, El País, paseos con los perros, comida china, novelas que se me caerán de las manos, más películas del vídeo, en fin en fin.

Nada de paseos por el lado salvaje, nada de experimentos con toxinas, nada de encuentros de confraternización etílica con (otros) poetas malditos. Si Rimbaud levantara la cabeza y me observara, me diría muy probablemente mon petit burgués, dedíquese a sus hipotecas y deje en paz a la poesía. En cambio, mi bienamado Carver se apiadaría de mí. No mencionaría para nada la palabra burgués. Me enseñaría (de hecho ya me ha enseñado) a dedicar los libros: coge uno el nombre de la mujer que ama, lo multiplica por cuatro y lo planta tal cual. No hace falta más: Charo. Charo. Charo. Charo.

1 comentario

Hell -

Indudablemente no te veo como el alma gemela de Baudelaire, pero tb hay poetas que no viven, o se desviven, al filo de la navaja...

A cada cosa su lugar y su tiempo, ¿no?