Anoche vi el documental de la 2 sobre las sectas cristianas de Estados Unidos, ésas que se apiñan en la bonita ciudad de Colorado Springs y se reúnen una vez a la semana con el presidente. Salían adeptos y dirigentes hablando de los más variados temas. Ni que decir tiene que la cosa daba tanto miedo que tuve que cambiar de canal.
A mí en principio el nivel de religiosidad de una persona me trae al fresco. Yo personalmente soy agnóstico, lo cual significa que no estoy seguro de nada, con lo cual, si usted me jura que sí, que tiene a dios de su parte y que lo va a resucitar en el paraíso cuando se muera (y otorgarle setenta vírgenes locas por sus huesos, por ejemplo), pues yo le diré que bueno, que para usted la perra gorda.
Incluso conozco casos que me han hecho pensar en replantearme mi agnosticismo: visité hace unos años la residencia de ancianos de Travnik, en Bosnia central. Esta residencia la habían levantado (literalmente) unas monjas andaluzas que habían tenido los santos cojones (con perdón) de plantarse allí en 1998, con una mano delante y otra detrás, a empezar a mendigar dinero, materiales de construcción, trabajo, etcétera, con que montar su residencia. Me consta que en varias ocasiones recibieron escupitajos en la cara. Pasaron dos inviernos (pero invierno del verbo invierno en Bosnia, -20Cº con facilidad) durmiendo las seis en una sola habitación prestada sin ventanas. En 2002, en medio de la pura devastación de Novi Travnik, el edificio blanco parecía la súbita solidificación del bien absoluto. Para saber de qué estoy hablando haría falta, tal vez, saber hasta qué punto de abandono puede llegar un anciano en una guerra como aquélla, con su casa convertida en adoquines y sus hijos muertos, pero aunque he estado con ellos y he visto cómo vivían y he conversado con ellos muchas veces, sigue siendo un extremo que no puedo ni empezar a imaginar. El día que estuve allí de visita fue el 6 de enero, la Navidad serbia. Le habían hecho un pastel a eljka, que era la única residente serbia (los demás ancianos no le hablaban) y a ésta le había dado por llorar durante horas. Recuerdo que pasé todo el tiempo de la visita con un nudo en la garganta.
He oído otras historias como ésta, sobre todo historias de los curas de la Teología de la Liberación: siervos de dios capaces de ponerse delante de una brigada de la Contra, o de la guerrilla, o del ejército, para defender a gente sin defensa. Curas rurales con los cojones de cemento armado que morían por docenas pero que muchas veces eran el único recurso de poblaciones indígenas o de pequeños agricultores. Vale que lo hacían por su dios y que sin su dios no hubieran tenido el valor de hacerlo, pero para mí son héroes en un siglo que ha producido pocos, poquísimos héroes, y se merecen toda mi admiración y todo mi respeto.
Ahora, ¿que no tienes otra cosa que hacer con tu fé que montar una campaña en contra del uso del preservativo? ¿Que te está ordenando tu dios que insultes a Pepe por querer casarse de blanco con Mariano? ¿Que tu religiosidad te obliga a presionar al director de un instituto para que deje de enseñar a Darwin? Tú lo que eres es un cobarde y un inquisidor, y no tienes ni idea, pero es que ni pajolera idea, pero es que ni la más remotísima sombra de la espalda de una idea, de lo que significa la residencia de ancianos de Travnik y por qué sus paredes blancas son la imagen del bien en la Tierra.