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Poesía y Macarrones

TALLER DE VERSOS DE ARRANQUE

TALLER DE VERSOS DE ARRANQUE

A este poeta irlandés-canadiense-londinense lo conocí durante mi etapa mancuniana y lo estoy traduciendo ahora (iré colgando algunos poemas suyos conforme vaya acabándolos). Ayer, haciendo el tonto con el gúguel, me encontré un texto suyo bastante interesante, que me huele a taller literario a un kilómetro. Y bueno, aunque en este país rehuyamos el tallerismo como se rehúye la peste, es sabido que en el mundo anglosajón esas cosas ocurren, y Riordan los monta a pares. Creative writing, que le dicen. Todo muy normativo, por supuesto, y absolutamente subjetivo, pero igual se aprende algo, así que, si les apetece, ahí va mi humilde traducción:

MAURICE RIORDAN INVESTIGA LOS PRIMEROS VERSOS

Me dice mi maestro Zen que para carnear un buey sólo hace falta un golpe de cuchillo, el cual, si se dirige con la energía correcta al lugar exacto, hará que el animal caiga al suelo ya despiezado en los cortes correctos. Hasta ahora no he encontrado ninguna forma viable de llevar esto a la práctica. Sin embargo, se corresponde con mi experiencia en la escritura de poemas.

A veces tengo un tema dando vueltas en mi interior: una imagen obsesiva, o tal vez un título, o un par de versos que suenan bien. Así que hago un intento (normalmente varios), pero tienden a disolverse. Después, tras horas de intentos, o días o incluso años, ocurre algo (no tengo ni idea de qué exactamente, pero suele ser cosas de encontrar un primer verso o dos) que me proporciona un "tono" para el poema y me revela ese ángulo de incisión que de algún modo simplifica la escritura. Puede que quede mucho trabajo por hacer, pero ahora da la sensación de que ya hay un proceso en marcha. Como si, en palabras de Frost, el poema empezse a moverse sobre su propia mezcla.

No tengo ningún método para provocar este momento. El requisito principal parece ser la paciencia. Pero me he dado cuenta de algunas características de los primeros versos, tanto leyendo aquéllos que admiro como escribiendo los míos.

Una es que el primer verso es también, frecuentemente, una conclusión. Se crea una barrera que separa lo meramente autobiográfico o circunstancial, las complicaciones prosaicas del tema. Y al mismo tiempo inicia una línea de descubrimiento sobre el tema que no se te había ocurrido en intentos anteriores. Es por esto que muchos buenos poemas comienzan con esa certeza enunciativa, a menudo una sola línea, que registra ese momento de excitación: This is the light of the mind, cold and planetary (Plath); And yet this great wink of eternity (Hart Crane). Éstos, no obstante, son ejemplos de primeros versos geniales, y no se puede aprender mucho de ellos. No se pueden prediseñar. Tienden a llegar cuando uno está viendo la tele, o sentado en el retrete. O a no llegar jamás.

Pero hay arranques que usan un poco de artesanía, también. Por ejemplo: Once I am sure there's nothing going on, de Larkin. El poema arranca con la frase embragada, con un tirón sintáctico desde Once. Tiene que seguir algo: el siguiente verso I step inside, letting the door thud shut. Y ahí estamos, en el interior del mundo convocado por el poema: una iglesia más. Encontrarán tirones sintácticos parecidos (si, cuando, así, después de que, etc...) por todos los índices de primeros versos.

Y mejor todavía si el poema se mete en materia dramática al mismo tiempo. For God's sake hold your tongue, and let me love, de Donne, y The most unusual thing I ever stole? A snowman, de Carol Ann Duffy, son ejemplos de este tipo, que nos lleva en volandas al centro de la situación del poema.

Otra virtud de estos ejemplos es que son rotundos al oído. Y esto es esencial: un poema sólo se convierte en un poema cuando engancha el oído. Una forma de asegurarse de que esto ocurre es arrancar con un enunciado oral: Yes love, that's why the warning light comes on, de Simon Armitage, hace arrancar varias cosas al mismo tiempo, y además es imposible no dejarse enganchar por su sonoridad.

Hay maneras más astutas de conquistar los oídos: un truco muy común consiste en emitir una invitación: Let us go, then, you and I, otro consiste en dar una orden, como prefería Auden: Consider this and in our time ; Watch any day his nonchalant pauses, see. El recurso del mandato tiene, además, la ventaja de que traza una ruta definida para el poema. A los poemas les encantan los túneles retóricos: la oración simple, el monólogo no moderado, las series de preguntas u órdenes. Con ese primer verso suele venir una pista clara de una estructura así. Adulterio, de Carol Ann Duffy, utiliza órdenes desde el principio hasta el final (aunque se van convirtiendo en acusaciones, conforme va avanzando).

Los poemas no siempre arrancan con versos memorables. Of course I may be remembering it all wrong no suena muy prometedor. Pero es así como Elizabeth Bishop hace arrancar Santarem, uno de sus poemas más memorables. Es un ejemplo de la apuesta baja, el farol al revés que suele encubrir una mano ganadora. Sin duda esto lo tomó de Frost, el anterior maestro de los comienzos casuales: I wonder about the trees ; When I see birches bend to left and right ; Out walking in the frozen swamp one gray day.

Estoy seguro de que se pueden observar otros trucos examinando los índices de primeros versos de antologías y colecciones de poemas. De hecho, yo sugeriría eso y, a continuación, hacer un índice de sus propios primeros versos. Y entonces comparar.

Ésta es una herramienta de diagnóstico muy útil. Y divertida. ¿Cuántas veces arranca Auden con un Yo? ¿Y Heaney?

Una vez tengan sus primeros versos, deberían escucharlos. Traten de extender su música. El poema puede muy bien modularse mientras se va desplegando, pero sigue teniendo que conservar una unidad rítmica. El arranque debería funcionar como un hechizo para invocar el resto del poema y mantenerlo en pie. Vuelvan por tanto al principio cada vez que reanuden su escritura. Los poetas han invocado a la Musa durante miles de años, al comenzar sus poemas. No digo que lo hagamos nosotros. Pero no es malo recordarlo.

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