NICOTINA ARRABIATA

Echo mucho de menos algunos momentos relacionados con el tabaco, no sólo el que todos estáis pensando. Por supuesto, el primer cigarrillo, como mis buceadores, pero luego también otros: los que se fuman leyendo, que apoyan la reflexión, que parece que te concentran o te clavan en el poema, por ejemplo, o los que se utilizan para "marcar" los límites de las actividades diarias: como bueno, me fumo un cigarro y lo hago, o qué bien que ya he acabado y me puedo fumar un cigarro. Además, por uno u otro motivo, las grandes frases que he oído, las confesiones que en algún momento han sacudido la urdimbre de mi poco aparatosa vida (recuerdo una de la primavera de 2000, sobre todo, y otra del verano del 93) han ido acompañadas de un cigarro. Siempre, ¿no es curioso?
A veces me hago la pregunta cómo puede un poeta no fumar, cómo puede un poeta no beber, lo cual es una estupidez absoluta. Aunque José María Álvarez piense lo contrario, cómo no acordarme de su poema Elogio del tabaco, donde se dice nunca nos faltes como quien formula un acto de fe, qué grandes, poema y poeta.
Estando las cosas como están, mi consejo (incluso para aquéllos que estén pensando en dedicarse a la poesía) es que dejen todos ustedes de fumar. Pero mientras no lo dejan, disfruten cada cigarrillo, cada calada: no es lo mismo que el zumo o las pipas, no es un producto cualquiera de consumo del que servirse sin meditarlo; tiene un origen divino y en la brasa anaranjada , en las volutas de humo que dibujan símbolos ilegibles y se disuelven, está cifrada nuestra vida.
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