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Poesía y Macarrones

NOCTURNO DEL CENTRO COMERCIAL

NOCTURNO DEL CENTRO COMERCIAL Qué sensación más rara la de anoche, con mi Charo en el Carrefour a las nueve y media, ya en la caja rápida, dispuestos a pagar la lechuga, el jamón y el champú que compramos... la pura irrealidad, mirar alrededor y verlo todo lleno de gente que no produce ningún ruido, sólo están los bips y cracs y el tintineo de monedas de las cajas, pero acolchados, en sordina, en cualquier caso sonidos de fondo apenas perceptibles. Y la luz blanca de los cientos de fluorescentes colgados de un techo altísimo (¿qué hora es en el interior de un Carrefour en realidad? ¿no parecen siempre las cuatro de la mañana?), que es la misma de, a saber: a/ una sala de operaciones b/ un aeropuerto c/ la oficina central de un banco d/ un garaje. Es el equivalente luminoso a una aguja de entomólogo. Bajo ella se ven mejor ojeras, calvas, arrugas, palidez y cansancio. Nadie parece menor de cuarenta, nadie sonríe, nadie (ya dije) habla. La gente se arrastra, de alguna manera, por los pasillos, con un destino claro pero lejano, digamos. Y lo más terrible, claro, es verse reflejado, por ejemplo en la puerta del pequeño frigorífico para las coca-colas, o en los escaparates de las tiendas ya cerradas de la galería. No, lo más terrible es reconocer a tu generación entre los compradores silenciosos.

Mírenos: a esas horas, llevamos ya unas diez u once de trabajo en el cuerpo. Si alguien nos pregunta dónde estamos, diremos que en un atasco, literal, metafórico, político, existencial, etcétera etcétera. O en el Carrefour. O en un polígono industrial de la periferia. O en un piso de la periferia (de precio ridículamente alto, tanto el literal como el metafórico) de muy pocos metros cuadrados. Si alguien nos pregunta cómo estamos, diremos que bien pero un poco cansados. Si alguien nos pregunta qué vamos a hacer, diremos que dormir. O mejor, diremos que no lo sabemos, pero mentiremos, porque planeamos dormir.

1 comentario

Anónimo -

parece que al final Houellebecq hace mella y el existencialismo, y unas luces demasiado altas, pueden en ocasiones con el prozac natural que con tanto optimismo ensalzabas el otro día. pero la travesía sigue y tu diario es cojonudo, aunque sea una metadona de tus añorados poemas que seguimos esperando; casi tanto como tu presencia. a ver si algún día te vemos fuera del barco y nos tomamos unos prozacs de cebada rubia.